Después murió, entre la noche del 21 de diciembre y la mañana del 22 en que lo encontraron en su cama de la pensión de San Telmo donde estaba viviendo, sin conciencia de la "pequeña revolución" que había desatado y que aún algunos reivindican, aunque más abajo que arriba del escenario.
Fue un suspiro, apenas cinco años en la escena del rock local desde el debut de Sumo en El Palomar en 1982 hasta su muerte la madrugada del 22 de diciembre de 1987 por una cirrosis crónica, pero Luca Prodan marcó para siempre la historia del rock argentino y a 22 años de su muerte su nombre se agiganta.
Su rostro se multiplica en miles de remeras y su figura, como un indescifrable signo de todo aquello que expresó alguna vez el rock -una rabiosa actitud antisistema, un perpetuo presente, un modo de exponer el cuerpo siempre al límite y unos pocos acordes para contar un viaje desgarrador o festivo- se transformó en un emblema que resiste el olvido.
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